¿Qué queda de Fahrenheit?
Fahrenheit 451
El Cuaderno, junio de 2022
Hace 69 años, en 1953, Ray Bradbury publicó su primera novela. La tituló Fahrenheit 451 y, para arrancar con las cartas boca arriba, advirtió en una nota previa que esa es la temperatura a la que arde el papel en el que suelen imprimirse los libros. O sea, 233 grados centígrados. Muchos recordarán seguramente que, traspasado el umbral de la advertencia, se accede a una sociedad de desmemoriadas personas felices, confinadas por su propio gusto entre cuatro paredes recubiertas por otras tantas pantallas televisivas, y obligadas a desplazarse en vehículos cuyos conductores son multados si circulan a menos de ochenta kilómetros por hora. Los peatones son sospechosos y la posesión de libros no solo está prohibida sino que es causa suficiente para que, tras la preceptiva delación, una espectacular brigada de bomberos pirómanos reduzca a cenizas la biblioteca y la casa que la alberga. La novela, uno de los textos mayores del siglo XX, está protagonizada por el bombero Guy Montag, de treinta años, diez de ellos dedicados a la incineración de textos. Tras unas cuantas charlas con una adolescente soñadora, Montag sufre una crisis de conciencia, es informado por su jefe del largo proceso social que desembocó en el reinado del fuego y, después de ser castigado con dureza por su incipiente rebeldía, emprende una huida que le llevará a militar en un grupo de resistentes cuya arma es la memoria. Entretanto, estalla una guerra.
En realidad, es muy probable que la mayoría de quienes hayan leído la novela no recuerden tantos detalles. Si acaso guardarán en la memoria la prohibición de los libros, su quema y la rebelión del protagonista. Con el posible aderezo de un batiburrillo de imágenes tomadas de la película que Truffaut dirigió en 1966. Muchos incluso no habrán memorizado nunca la temperatura a la que arde el papel y llamarán simplemente Fahrenheit al texto con el que Bradbury (1920-2012) ingresó en la selecta hermandad de autores de magnas distopías represivas, señoreada hasta entonces por Zamiatin (Nosotros, 1920), Huxley (Un mundo feliz, 1932) y Orwell (1984, 1949). Fahrenheit consolidó además a Bradbury en el trono que le correspondía desde que, tres años antes y por consejo de un editor, reuniese un conjunto de relatos sobre la colonización de Marte en un volumen titulado Crónicas marcianasque, a menudo, es tomado por su primera novela. Igual que es tomado por escritor de ciencia ficción quien en puridad es un sutil poeta, de mirada muy atenta, que plasma sus certeras intuiciones sociales en prosas distópicas.
De ahí que sin duda resulte más que pertinente invitar al lector a acercarse a esta edición de Fahrenheit 451 que, con nueva y espléndida traducción a cargo de Marcial Souto e incendiarias ilustraciones de Ralph Steadman, acaba de publicar en España Libros del Zorro Rojo. Y no solo porque las visiones alucinadas de Steadman erizan el escalofrío lector sino porque una relectura hecha en 2022 permite evaluar hasta qué punto fueron acertadas muchas de las pesadillas plasmadas sobre el papel por un Bradbury que, sin embargo, no preveía la importancia de los ordenadores personales, Internet, las redes sociales y, en suma, la interacción con pantallas que pueden llevarse en un bolsillo.
Sería necedad artera detallar el mundo de idiotas ensimismados que Bradbury erige con maestría. Que, por cierto, no es muy distinto del actual. O enumerar los jalones que llevaron a prohibir los libros en lugar de dejarlos malvivir, como se hace ahora, bajo toneladas de basura encuadernada. No obstante, en las explicaciones que el bombero en crisis Montag recibe de su jefe hay un aspecto que debe resaltarse porque, en estos últimos años, está en el centro de muchos debates políticos. Además de la superpoblación, que ha rebajado a lo ínfimo la calidad de la educación y de los escritos; además del desarrollo tecnológico, que ha entronizado la velocidad y la satisfacción inmediata de los deseos, escribe Bradbury, hubo una tercera causa en la caída en desgracia de los libros: la multiplicación de las minorías causada por la propia multiplicación de los animales humanos.
«Nuestra civilización es tan amplia que no podemos permitir que nuestras minorías se alteren y se agiten», advierte el jefe de bomberos. De modo que deben eliminarse los textos que puedan molestar a cualquier minoría. Por esa razón, los escritores «llenos de malos pensamientos» tuvieron que guardar sus máquinas de escribir. Y lo hicieron. Entre nosotros, en 2022, aun no lo han hecho. Solo han reforzado su autocensura, temerosos de contravenir el discurso dominante sobre las minorías. Solo han desaparecido de las listas de ventas, expulsados por los productos industriales. Solo han cedido las colas de firma de ejemplares a influencers analfabetos que Bradbury, estancado en la pantalla televisiva, no había previsto. Solo…