Historias del buen salvaje exiliado en la ciudad
Marcovaldo
Por Eugenio Fuentes, La Nueva España, 2019.
A la altura de 1952, Italo Calvino había orillado ya sus primeras tentativas de escritura neorrealista para lanzarse a tumba abierta por la pendiente de la fábula. Ese año, Calvino (1923-1985) publicó El vizconde demediado, primera novela de la trilogía Nuestros antepasados, en cuyas páginas cuaja una narrativa que, a través de un lenguaje de claridad extremada, accede a construcciones fantásticas susceptibles de múltiples interpretaciones. Fue también en 1952 cuando escribió «Setas en la ciudad», la primera de las veinte fábulas cortas protagonizadas por Marcovaldo, un humilde mozo de almacén, padre de familia numerosa, en el que destacan dos rasgos: su completa incapacidad para prestar atención a ninguna de las múltiples señales que le envía su norteña ciudad industrial de acogida y, como contrapunto, su gran habilidad para detectar cualquier atisbo de vida rural aprisionada en la urbe. De ahí, el subtítulo del volumen, O sea las estaciones en la ciudad . De ahí también que las veinte fábulas de Marcovaldo correspondan a la veintena de estaciones de un quinquenio, reflejadas en un personaje que, para Calvino, quintaesencia al urbanita italiano de la década de 1950: el hombre de ciudad extraño a la ciudad. El inmigrante.
Presididas por un agudo sentido del humor –no en vano las ideó como relatos inspirados en las tiras cómicas de los diarios–, las aventuras de Marcovaldo, su familia y sus vecinos nacieron para ser publicadas en el diario comunista L’Unità y fueron cobrando cuerpo a lo largo de una década hasta convertirse en volumen autónomo en 1963. En esos años, Italia fue cambiando, de la mano de la explosión económica, y con ella cambiaron las modas literarias, de modo que el neorrealismo de posguerra fue dando paso a una crítica de la mercantilización de los valores y de la fiebre consumista. Calvino, armado de melancólica ironía, se las arregló para mantener su ejercicio crítico siempre en los márgenes. Al fin y al cabo, su humilde Marcovaldo no pasa hambre en los años duros, pero tampoco tiene suficiente dinero en los opulentos para convertirse en pasto del reclamo publicitario de supermercado. Y su atención a animales y árboles no tiene nada de lamento por un paraíso perdido que nunca existió. Es simple pervivencia de las costumbres primordiales del desplazado.
Marcovaldo es, en fin, el juego que concibe Calvino para capturar la atención del lector y luego dejarlo rumiando en soledad. Un juego poblado de setas que despiertan la codicia de los vecinos, cupones publicitarios que disparan la imaginación negociante de los niños, anuncios de carretera que son tomados por auténticos bosques,o torpes estrategias comerciales que como reclamo navideño acaban escogiendo instrumentos para destrozar regalos. Un juego, sustentado en una prosa que oscila entre el lirismo y el prosaísmo irónico, que en la edición que ahora rescata Libros del Zorro Rojo se refuerza con las sutiles ilustraciones del italiano Alessandro Senna .
Herederos de las tiras cómicas que espolearon la imaginación de Calvino, los dibujos de Senna alían energía e impávida perplejidad y se resuelven en un blanco y negro urbano con intrusiones anaranjadas que simbolizan la presencia de la vida. Quienes conozcan obras de Senna como Pinocho antes de Pinocho saben bien de sus cualidades.
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