Prodigios
Prodigios. Una antología de poesía árabe.
Por Marc Senabre, United Explanations, 2018.
¿Que no vivimos, aún, en las más profundas fosas? ¿Acaso hay alternativa? En la oscuridad de la fosa todo parece igual, nada destaca y si destaca se margina o se interioriza, nos hemos acostumbrado a vivir plácidamente y sin altercados. Y hemos olvidado que las disonancias y las provocaciones son aquello que nos permite entender el mundo en el que vivimos, es decir “La disonancia/ (por si os interesa)/ conduce al descubrimiento”. Es importante enfrentarse a estas disonancias pero no interiorizarlas o regularizarlas, hay que entender las tensiones y las diferencias, justamente por eso, y no solamente por eso, la poesía nos atrae tan irremediablemente. De entre todos los géneros literarios —signifiquen lo que signifiquen— la poesía es la que tiene más disonancias en su estructura: en ella la forma y el contenido luchan por obtener nuestra atención. Aunque la cultura occidental ha priorizado sistemáticamente el contenido sobre la forma. Como si la forma fuera un refuerzo del contenido, hasta el punto que nos hemos olvidado de ella. La forma es la manera como se organiza el contenido pero también, y éste es el aspecto que más nos interesa ahora, su forma gráfica, su aspecto visual. La poesía tiene forma, el lenguaje tiene forma, el propio libro es una forma. Pero ésta ha sido tan interiorizada que solamente nos acordamos de ella cuando el poeta rompe con las convenciones anteriores —el caligrama, la poesía concreta, etc.— o cuando se juega con los aspectos tipográficos. Únicamente en esos escasos momentos nos acordamos que hay una tensión entre forma y contenido y que la relación entre ellos es más interesante que cada una por separado.
Escalar montañas no es más que aceptar disonancias, aceptar diferencias. Escalar montañas es conocer y enfrentarse a otras culturas sin la intención de regularizarlas, sino reconocerlas como diferentes y aprender a interpretar la relación entre su forma —de hacer las cosas— y su contenido —el motivo por el que lo hacen—. Es por eso que Prodigios. Una antología de poesía árabe de Libros del Zorro Rojo se postula como un ejemplo perfecto, pues en él nos sentimos obligados a enfrentarnos a múltiples tensiones que nos fuerzan a ver y buscar nuestros propios problemas en el otro. Prodigios es sobre todo una antología de poesía ilustrada, una antología que reúne tres antologías publicadas originalmente en francés, que impone des del primer vistazo una profunda impresión de satisfacción y temor. Las ilustraciones, realizadas por el algeriano Rachid Koraïchi, aparecen como el elemento principal de esta dualidad inicial, pues Koraïchi no ha elaborado ilustraciones “convencionales” sino que ha unido la larga tradición caligráfica con la riqueza cultural y artística del mundo árabe. Sus ilustraciones usan tintas principalmente básicas y alternan las formas figurativas y las abstractas, aunque incluso las más puramente figurativas tienen un gran contenido simbólico, no sólo porque representen elementos simbólicos en sí mismos sino porque o bien se dibujan mediante la caligrafía o bien son el resultado de centenares de signos caligráficos más pequeños, así que su simbolismo procede de su contenido y de su forma. Pues algo que está construido a partir de otros elementos nunca se puede entender si no es simbólicamente. Además, intentan reflejar no sólo algunos elementos determinados del poema sino el poema por completo, seguramente por eso él afirma sentirse más cerca del trabajo de un artista plástico que del de un ilustrador.
Pero aparte de las ilustraciones hay también el trabajo de caligrafía de Ghani Alani y de Abdallah Akar que son los encargados de las versiones árabes —y en algún caso francesas— de los poemas. Así pues, cuando nos enfrentamos a la mayoría de los poemas que componen la antología —pues algunos, por motivos de maquetación o de espacio no son bilingües— nos encontramos con una doble página a todo color y el poema en la traducción al castellano y su original caligrafiado. Es entonces cuando recordamos que la escritura tiene forma, la caligrafía nos obliga a reflexionar en ello y las formas ornamentales, figurativas y simbólicas de Koraïchi nos interpelan constantemente: la caligrafía significa y representa al mismo tiempo; el trazo puede representar un caballo, una planta o un humano y no dejar de significar, o significar de más. Y nos es imposible resistirnos a la potencia visual y estética que por fuerza, aunque no entendamos su significado, la caligrafía del poema atrae por su forma. Foucault parece que lo vislumbró hace años: no se puede leer y admirar la escritura simultáneamente, cuando se lee no percibimos su forma, y cuando admiramos no podemos entender el significado. ¿Significa eso que para alguien ajeno a nuestro alfabeto fonético, alguien que no puede leer nada escrito con él, es capaz de ver belleza en su forma? ¡Nuestro alfabeto también tiene forma! El descubrimiento, producido sin duda por la disonancia de ser incapaz de leer el poema en árabe y la imposibilidad de admirar el poema en castellano, nos acompañará des del primer poema y no nos abandonará ya jamás.
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